30/10/06

Alimentación y subversión

Alimentación y subversión

¿Sabes lo que comes? El oculto contenido político de la cultura alimentaria


La Comunidad del Río Hablador ha tenido la suerte de involucrarse en el tema de la alimentación alternativa andina en los últimos meses. En ese proceso, organizó junto con el Instituto de Cultura Alimentaria Andina (INCAA) y la Central 5 del Vaso de Leche de Villa El Salvador, el curso “Salud y Nutrición”, como parte del III Foro de la Cultura Solidaria. Nuestro interés por el tema alimentario proviene, probablemente, de un interés anterior en el tema de la hoja de coca, que se ha convertido en los últimos años no sólo en una importante lucha cultural y popular sino, además, en una “moda” entre diversos movimientos políticos. Ese interés, unido a lazos de amistad con personas que trabajan el tema y a un amor quizás aún abstracto por “lo andino”, nos ha llevado por caminos que no esperábamos encontrar. Y fue así como caímos en la cuenta del enorme potencial político y de transformación que tiene la sencilla pregunta: ¿sabes lo que comes?


A grandes rasgos, el curso permitió que aprendiéramos, junto con un promedio de 90 señoras de diversos comités de Vaso de Leche de VES, cómo los alimentos industrializados que estamos acostumbrados a consumir tienen un valor alimenticio ínfimo a comparación de una serie de productos andinos (no sólo nuestra hojita de coca) que tenemos despreciados. Más aún: los procesos a los que son sometidos los alimentos industrializados no sólo les hacen perder valor nutritivo sino que, además, los convierten en muy dañinos para la salud. Con ese marco teórico general, aprendimos dónde encontrar proteínas más sanas (en la carne de llama y alpaca, en la anchoveta o, mejor aún, en una combinación de cereales como el maíz, la quinua o la kiwicha con menestras como el tarwi o las habas); dónde encontrar energía para nuestras actividades diarias (en verduras y frutas cuyo uso hemos olvidado, como la verdolaga, y en tubérculos como la papa y el camote, que deberíamos consumir con cáscara y sin freír); y cómo organizar de manera sana y barata nuestro menú diario en desayunos, almuerzos y cenas. Aprendimos, además, que alimentos industriales no vale la pena consumir en exceso porque no alimentan o porque son dañinos: harina refinada (es decir, pan blanco y fideos), arroz blanco, frituras, leche evaporada…


Ahora bien, ¿a qué nos referimos cuando hablamos del “oculto contenido político de la cultura alimentaria? Las ideas que hemos resumido en el párrafo anterior tienen consecuencias altamente transformadoras al menos en 6 aspectos.


(1) La primera constatación es que la cultura andina, subalternizada como ha sido por el sistema de poder mundial desde la conquista de América por los españoles, tiene enormes conocimientos que aportar a la humanidad. Sabemos desde el colegio que fue gracias a la papa que Europa se salvó de la hambruna que la asolaba. Pero lo interesante es que no se trata sólo ni principalmente de productos, de materias primas que tengamos en abundancia. En efecto, tenemos una riquísima variedad biogenética, una despensa valiosísima. Pero lo que los andinos tenemos para aportar en este campo no son sólo productos, sino el conocimiento desarrollado en estas tierras durante miles de años, que permitió la experimentación genética, la generación de muchas variedades de cada producto y la correcta combinación de los mismos para la buena alimentación. El hecho de que la papa seca, el chuño y el tokosh sean productos derivados de la papa de muchísimo mayor valor que otros productos derivados contemporáneos como la papa frita o el puré, demuestran suficientemente que lo que tenemos que recuperar y revalorar es el conocimiento andino. Obviamente, la mayoría de peruanos y peruanas ha tenido acceso a esos conocimientos, quizás en su infancia, a través de las costumbres alimentarias del hogar. La imposición urbana del arroz blanco, la leche, el pan blanco, el aceite, las carnes rojas (porque el chuño o la mashika es “alimento de serranos”, como confesó una señora en la primera sesión del curso) tienen grandes implicancias a nivel subjetivo en la autoestima o autoconfianza de las personas en su propia cultura. Los actuales pobladores de la ciudad, hijos de migrantes, han sufrido un proceso de renuncia a sus antiguas costumbres de alimentación y de imposición de otras, occidentales… y ahora están peor alimentados y sufren más enfermedades. Rescatar los conocimientos alimentarios andinos tiene, por lo tanto, grandes consecuencias en la autoestima de las personas y en el desarrollo de una suerte de “nacionalismo” práctico y cotidiano. Consumir un ponche de quinua con frutas y cancha con mote en el desayuno en lugar de café con leche y pan Bimbo con mermelada no sólo es más sano y más nutritivo. Es afirmar con orgullo que los andinos hemos desarrollado un conocimiento alimentario muy superior a la terrible ignorancia de, por ejemplo, el país del Mc Donalds, que parece haber monopolizado otros aspectos de la ciencia.


(2) Capitalismo y alimentación parecen, a simple vista, incompatibles. Hay una serie de pésimas costumbres alimentarias contemporáneas que tienen su origen en que, para el mundo de los negocios, es más eficiente malograr el producto que preocuparse por la buena salud y nutrición del consumidor. Un buen ejemplo es la harina de trigo refinada (es decir, se le extraen el salvado y el germen), que es un producto que no alimenta y que es puro almidón, lo que tiene consecuencias terribles para el sistema digestivo (como el estreñimiento). Evidentemente, las empresas no hacen esto por “maldad”: simplemente, resulta que la presencia del salvado y del germen hace que la harina se malogre en un tiempo menor que cuando esta ha sido refinada, siendo más rentable para la empresa que el producto le dure más tiempo. El problema es que aquí vemos claramente que la lógica del capital (maximizar utilidades, minimizar costos) es incompatible con la buena alimentación. Esto no ocurre solo con la comida: la lógica del capital es incompatible también con el sistema de salud, con el sistema educativo, con el buen cuidado del medio ambiente… Sin embargo, el pensamiento hegemónico dice que el mejor camino para el desarrollo de la sociedad en todos sus aspectos es el “libre” mercado. La alimentación es un ejemplo muy concreto y cotidiano de que eso no es así y de que, cuando menos, hay aspectos de la vida en los que la lógica del mercado es muy perjudicial y en los que la lógica del bien común es la que debe ser hegemónica.


(3) El sistema mundial de comercio le hace el juego a poderosos intereses comerciales y, de paso, a la mala alimentación. Nuevamente el ejemplo del trigo refinado es bueno. ¿Cómo así? Bueno, por el hecho de que la harina de trigo… es una de las principales agroexportaciones de EEUU. Además, EEUU subsidia su producción de trigo. De esa manera, inunda el mercado de nuestros países e impone “culturalmente” la costumbre de consumir fideos y pan blanco… y de no consumir otros productos mejores. Pero así como hablamos del trigo podríamos hablar de otros productos. La leche, por ejemplo, que es otra industria internacionalmente poderosa: en el antiguo Perú no se solía consumir leche y países como China no tienen una gran industria láctea. Sin embargo, como hay poderosos intereses en juego, se nos ha convencido “ideológicamente” que hay que tomar 3 vasos de leche al día. Otro buen ejemplo es la soya: la soya es buena, pero tampoco es la panacea. Sin embargo, ahora que EEUU cultiva muchísima soya (mucha de ella transgénica), nuestros mercados se ven inundados con “la proteína de la buena salud”. En realidad, aquí estamos relacionando el primer y el segundo punto: el capitalismo transnacional, es decir, el “libre comercio”, no es un buen aliado de la alimentación por cuanto el principal valor es el negocio de los países poderosos y no el rescate de los valiosos conocimientos que nuestra cultura tiene por aportar. Pero esto va ligado al hecho de que una política activa de promoción de la alimentación andina es, también, una oportunidad para reactivar el agro peruano y hacerle frente al dumping de países como EEUU y Europa.


(4) Al Estado no le interesa la buena alimentación de los peruanos. Todo el sistema estatal-social de apoyo alimentario tiene deficiencias terribles, denunciadas por las propias madres asistentes al curso. Por ejemplo, la falta de flexibilidad de los programas de Vaso de Leche, que obligan a las madres a entregar a los niños dosis muy exactas de avena azucarada con leche. El Estado no tiene una política de mejorar la alimentación de los peruanos, simplemente busca cumplir con su “tarea” de brindar apoyo alimentario. El Estado no estudia ni apoya los estudios sobre alimentos andinos, no promueve su consumo y, por el contrario, obstaculiza la difusión de productos como la hoja de coca porque prioriza compromisos políticos con el país del norte. Más bien, son otros países los que están estudiando y robando el conocimiento tradicional sobre esos productos que el Estado no protege, a través de mecanismos como el TLC y los tratados sobre propiedad intelectual. Esto va de la mano con el hecho de que programas sociales creados con muy buena voluntad han terminado desvirtuados (es el caso del Vaso de Leche). Una bandera política de las organizaciones sociales de base, en particular de las mujeres, podría ser exigir al Estado incorporar alimentos andinos en el apoyo alimentario.


(5) ¿Y por qué ni al Estado ni al gran capital le interesa tener pueblos bien alimentados? Quizás si pensamos en que sólo pueblos bien alimentados pueden aprovechar mejor los sistemas educativos, tener más energía, organizarse más, tener más fuerza para luchar y, finalmente, tomar la historia en sus manos, podemos hacernos una idea. Quizás no haya más subversivo que promover la buena alimentación en los sectores populares, para que con salud y energía puedan organizarse para analizar su situación y transformar la realidad.


(6) Para tener una buena alimentación, es necesario dedicarle tiempo. La vida que el sistema nos vende significa trabajar más de 8 horas diarias, almorzar en la calle, desayunar tarde mal o nunca y nunca, jamás, planificar qué quiero comer este mes. Si no hay una persona que organice nuestra comida, la dejamos en manos de la dinámica diaria y, de inmediato, empezamos a sufrir de gastritis, estreñimiento, anemia, etc. Reivindicar la necesidad de tiempo para comer bien, tiempo para descansar, tiempo para recrearse, tiempo para disfrutar de la familia, de los amigos y de la vida, tiempo para hacer arte, tiempo para estudiar… es también algo muy subversivo. Hoy en día el tiempo libre es un lujo y todos vivimos sometidos a trabajar para otros (para nuestros jefes, o para tener dinero para pagar a otros). Una vida distinta y otro mundo posible son, necesariamente, aquellos en los que las personas podemos disfrutar con más libertad sobre nuestro propio tiempo.


Sí pues, quizás no haya nada más subversivo que subvertir la vida cotidiana. A diferencia de términos genéricos como “imperialismo” o “capitalismo”, o procesos que parecen no tener ninguna relación concreta con las personas, como “el TLC” o “la nacionalización de los hidrocarburos”, la alimentación es algo a lo que todas las personas nos enfrentamos día a día. Nuestros alimentos los podemos tocar, ver, sentir, saborear. Y nuestros alimentos forman parte de una larga cadena y de un gran sistema mundial que subalterniza a todas las culturas que no son occidentales, que tiene como única ley el máximo beneficio económico, que encima se sustenta en una estructura comercial injusta, todo ello con anuencia del Estado y con terribles repercusiones en las posibilidades de desarrollo de las personas. La alimentación es un nexo cotidiano entre mi vida particular y el sistema global. La alimentación es la mejor expresión de la forma en que nuestras vidas cotidianas y nuestras subjetividades han sido colonizadas por el sistema.


runa

Comunidad del Río Hablador

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