1/2/10

La política local como sustento de la democracia


Por: Héctor Huerto Vizcarra

Debería bastar con recordar el proyecto político de Fujimori, personalista y autoritario, para tomar conciencia de la importancia que deberían tener las elecciones municipales y regionales en el país. Por un lado, simbolizan la participación política plena de grandes sectores de la población, que enfrascados en contiendas electorales locales ejercen su ciudadanía de manera activa. Por otro lado, coadyuvan a un proceso de descentralización mayor que, al menos en teoría, debería equiparar a las provincias con Lima, sobre todo en materia de desarrollo.

Sin embargo, los principales partidos políticos parecen darle poca importancia a estos procesos electorales. Esto no es nada nuevo, sino una continuación de los ochenta. Algunos como Solidaridad Nacional, según una buena fuente, acaban de declinar su participación en las elecciones municipales y regionales que se avecinan. Otros como el Partido Nacionalista, prefieren establecer alianzas estratégicas con grupos locales, porque parecen pensar que la política se reduce a una sumatoria de votos y no de doctrina o convicciones. Con lo cual parecen demostrar en la práctica su poco interés en construir aparatos políticos nacionales, con bases en las distintas provincias del país. Es decir, están apostando por figuras políticas, no por proyectos políticos (que incluye algún tipo de organización nacional).

Si existe algún argumento que pueda sostener la afirmación de que los partidos son los pilares de la democracia, es justamente el tener aparatos estructurados a nivel nacional, que permitan la participación activa y democrática de sus militantes. De lo contrario, se estaría siguiendo el modelo político de Fujimori, quien tras su victoria en 1990 decidió desactivar sus bases a nivel nacional para colocar a allegados suyos en la dirección de su “partido”. Eso explica que en su lista de candidatos para el CCD sólo el 5% provenía de su primera agrupación política: Cambio 90.

El poco interés que se le da a construir un aparato político nacional se debe principalmente a las características personalistas (caudillistas) que tiene un proyecto político. El desastroso resultado en las elecciones municipales de 1993 que tuvo Fujimori, donde no pudo colocar candidatos en la mayor parte del país, lo obligó a reformular al sistema político, de tal manera que su partido pueda verse beneficiado al centrarse en su figura política. De esta manera, el Congreso pasó a ser unicameral y redujo su número de representantes a 100, asimismo, el distrito electoral único se impuso a la elección de representantes por cada uno de los departamentos. También, el proceso de regionalización impulsado en el primer gobierno aprista y estipulado como necesario en la Constitución de 1979, fue abortado. En resumen, todo el aparato político del Estado fue centralizado. Ya no era necesario tener estructuras partidarias, menos ideología, bastaba con juntar a un grupo de amigos y lanzarse a la “aventura”.

El interés de Castañeda y Humala por construir proyectos políticos que trasciendan a sus propias personas parecen inexistentes. Claramente apuestan por proyectos altamente personalistas, centrados en sus propios egos y posibilidades, pero, sobre todo, en sus deficiencias para construir una real democracia en el Perú. No nos confundamos, nuestro país aún está en vías a construir un sistema democrático. La única transición política en la que nos hemos entrampado, es la que comenzó en 1977 cuando se convocó a una Asamblea Constituyente.

No hay comentarios: